Friday, October 3, 2008

Hombres de verde con plumas en los sombreros

Léase en voz alta con los bolsillos llenos de Snickers
De acuerdo con el principio de presunción de la inocencia, todos somos inocentes hasta que se compruebe lo contrario.
En Almacenes Éxito, todos somos culpables hasta que el recibo confrontado con las bolsas en la puerta de salida compruebe lo contrario.
Después de recorrer los pasillos sobrecargados de luz, de familias infelices consumiendo la quincena, de carros a los que les falla una rueda y que no giran a la izquierda, de promociones falsas, de olores a pollos podridos y pescados comemierda. Después de soportar la extensión congelada de la fila de la caja y la obsolescencia de cajeras y empacadores mal pagados, es necesario comprobar al salir que uno no se robó nada, que cada gramo de la bolsa fue pagado a su inflado precio.
Por eso he decidido robarles. Y después de decidirlo lo he hecho. Por eso arranco las baterías de sus estuches y las meto en mi bolsillo junto a las cajas registradoras; por eso en las noches de quincena tomo un carro y lo lleno de papas, papayas, cajas, bolsas, botellas y flores, mientras mastico uchuvas y fresas y bebo cervezas y rio y reviso una lista imaginaria tachando ítems que no fueron escritos, y al final abandono el carro y me voy sin llevar nada y sin pagar nada; por eso recorro degustaciones, probando carnes y tragos y jugos y cosas tan insípidas como gratuitas; por eso camino a través de los corredores y me leo las revistas completas y a veces arranco la mejor o la peor página y dejo los restos en el lugar al que suelen pertenecer, junto al papel higiénico; y desgarro los códigos de barras y vuelvo a pasar por la misma degustación tres veces y juego con los balones y muerdo los panes y rompo las bolsas; por eso me he convertido en un Robin Hood que roba a los ricos para darme a mí mismo, que soy pobre.
Amo a Carulla, que paga la responsabilidad social de sus altos precios con escasa seguridad y cajeros homosexuales que lo perdonan todo por una sonrisa de mis dientes torcidos. Es fácil robar en Carulla y salir impunemente a la calle con los bolsillos repletos de chocolates y el sabor dulce de la libertad en el pecho. A la Olímpica no vale la pena robarle.
Cuando teníamos trece años, saqueábamos los supermercados en las mañanas de lluvia en que no había clases. Era obvio, la inocencia culpable brillaba en nuestros ojos, teníamos más miedo de quedar como cobardes ante nuestros compañeros que de ser descubiertos. Lo hicimos tantas veces y jamás comprobamos el mito urbano de que en el sótano del supermercado depilaban las cejas y rapaban las melenas noventeras de los ladrones adolescentes.
Clary, que ha salido por la puerta trasera con el uniforme del colegio puesto, sabe bien que allá abajo sólo cobran lo robado, a veces el doble de su precio, y te obligan a llevarte, te guste o no, el tinte de cabello, el cepillo de dientes, el cucharón de palo, o todo aquello que no necesitas pero que no les puedes dejar a los ricos, simplemente porque no lo valoran, simplemente porque no lo merecen, simplemente porque aunque no lo necesites lo necesitas más que ellos.
Ahora, en casa, tomo fotos con las pilas robadas en la caja de Carulla, mientras bebo una cerveza del six pack arrancado de las fáciles entrañas del Star Mart junto a la bomba de Texaco, y envío estas palabras gracias a una señal de internet robada a un vecino anónimo que no la usa.
Baje este archivo. Cópielo. Reenvíelo. Reprodúzcalo. Quémelo. Véndalo. Diga que es suyo. Róbelo. Que todos somos impunes, que los que más roban en este país son otros, encorbatados, descarados, y se llevan miles de millones del tránsito, de los puentes, de las calles, de la miseria de los niños que mueren de hambre junto a los ríos. Robe estas palabras que también son suyas, porque todos somos iguales y nada nos pertenece, excepto esa sonrisa que ahora puebla su rostro y el mío.

3 comments:

Medias con rombos said...
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Medias con rombos said...

Tengo como dos meses sin pagar chicles o tic-tac porque he descubierto mi talento para robar mercancías pequeñas sin que ni siquiera la persona que viene conmigo y sabe lo que voy a hacer se de cuenta... Creo que mis motivos se alejan de tus ideales de Robin Hood y se acercan más a una genuina tacañería santandereana.

@letrascomopixel said...

qué buen disparo de letras, insoslayable