Wednesday, November 5, 2008

Welcome to the Black House

Léase en voz alta envuelto en una bandera negra
Episodio 1
Todo comenzó en Halloween. Ya pasaban las 3 de la mañana de una noche larga, turbulenta y alcohólica. Bogotá estaba disfrazada de fiesta y en las esquinas, pocos centímetros por encima de los charcos de vómito, caminaban pitufos, superhéroes, personajes de cuentos, películas y hasta dos Blanca Nieves y un Seiya.
Salí con un amigo de una de las tantas fiestas persiguiendo la promesa de una mejor. Atravesábamos la carrera Séptima, calle abajo, en contravía de la marejada humana que regresaba del centro al norte, cuando los gritos eufóricos de un negro gigante llenaron la calle acompañados por un puño que blandía golpeando el cielo: “¡Barack Obama, Barack Obama!”.
La curiosidad solo nos detuvo unos segundos y no fue más llamativa que las piernas peludas del hombre vestido de enfermera sexy en la otra esquina. Seguimos un par de cuadras por la avenida y doblamos a la izquierda a través de calles oscuras y solitarias. La fiesta prometida no aparecía detrás de ninguna de esas ventanas lúgubres y el frío se nos metía entre la piel y la peluca como una rasquiña desesperante. Resignados, doblamos a la derecha, decididos a volver a casa con unas empanadas en mano.
Habíamos caminado más de 20 cuadras en 45 minutos. Las calles conservaban un ruido más discreto, cansado, baboso, el mismo lamento de los borrachos cerca al amanecer. Volvimos a la avenida, sembrada de Guasones y Jasons, de metaleros y emos –quizá los unos disfrazados de los otros–, y justo ahí, mientras doblábamos la esquina para volver sobre nuestros pasos camino a casa, lo encontramos de nuevo: “¡Barack Obama, Barack Obama!”. El grito sostenido solo se interrumpía fracturado entre las sílabas, acentuado en cada golpe: “¡Ba-rack O-ba-ma, Ba-rack O-ba-ma!”, y el puño negro seguía golpeando el cielo con violencia. Esta vez la vehemencia de su voz y el movimiento sólido desde el hombro hasta los nudillos no pudo pasarnos desapercibido: este hombre creía en esas dos palabras con las que apabullaba los pitos de los carros, y se me fueron metiendo en el pecho, como si fueran ciertas, como si fueran conmovedoras, como si dijeran algo más que un nombre.
Una sonrisa conmovida, como de sentir plenamente que hacía parte de algo, comenzaba a alcanzarme las comisuras, cuando un pirata con garfio, sombrero y parche interrumpió los gritos del negro desde la esquina:
–¿Y qué va a hacer Obama para resolver la crisis financiera y la caída del Dow Jones? –preguntó el jovencito flacuchento disfrazado de pirata, sin poder disimular el estrato por una afectación pastosa de la voz.
El negro gigante se detuvo a poco más de un metro del pirata parado en la esquina. Dejó de blandir el puño, interrumpió su canto libertario, dio un paso hacia el pirata y bajó el puño sin abrir la mano. Entonces desvió la mirada distraída hacia el cielo, como tratando de buscar una respuesta o de entender la pregunta. Al darse por vencido, miró al pirata con ojos inyectados de sangre y un gesto enfático de fruncir los labios y apretar el puño con más rabia en señal de amenaza. Al final, impasible, sin responder, como si la pregunta nunca hubiera ocurrido, levantó de nuevo el puño, volvió sus pasos sobre la avenida y se alejó gritando con mucha más fuerza: “¡Ba-rack O-ba-ma, Ba-rack O-ba-ma! ¡Ba-rack O-ba-ma, Ba-rack O-ba-ma!”.

Episodio 2
Parte de la tradición anual de Rock al Parque es que un aguacero arruine al menos la mitad del evento. Esta versión no fue la excepción. Además de los músicos sacrificados que no pudieron tocar, entre los numerosos asistentes empapados y con severas lesiones pulmonares estaban Luis y Mauricio.
Entre el mediodía y las 3 de la tarde del domingo, estos dos amigos probaron su paciencia y fortaleza resistiendo el aguacero y el barrial en el que se había convertido el parque, a ratos también silenciado por precauciones técnicas. Pasadas un par de horas y muchos galones de agua sobre las cabezas y ante la cancelación de las presentaciones en uno de los escenarios, decidieron tomarse un break y volver a casa.
Después de que se cambiaran y secaran me reuní con ellos para su segundo intento de gozar la fiesta del rock. Antes de meternos en un taxi, pasamos por un par de cervezas y un pan. Mauricio, que conoce mi pasión por la gratuidad, me hizo una propuesta que no podría resistir:
–Flaco, si logras meter este billete te regalo la cerveza.
Dos horas antes, al volver a casa empapado, Mauricio había vaciado sus bolsillos y encontrado dos tesoros anegados: un porro recién armado y un billete de 20 mil pesos. Después de secarse y horrorizado ante la posibilidad de perder sus dos más preciadas posesiones para una tarde de Rock al Parque, tuvo la brillante idea de poner a secar tanto el porro como el billete en el horno del pan. Metió, uno al lado del otro, los dos amados rollitos de papel, fue a su cuarto, buscó ropa seca y zapatos cómodos que pudiera empantanar sin remordimientos, se cambió en calma escuchando la transmisión del evento en el cuarto de al lado, se tomó su tiempo, se dejó caer en los solos de guitarra y baterías maltratadas y sólo salió del transe cuando un potente olor a mariguana se metió en su cuarto desde la cocina, entonces corrió desesperado, casi con lágrimas en los ojos, y abrió el horno: el porro estaba exquisitamente tostado, nada mal, pero el billete de 20 mil había cambiado su habitual color azul por un tono moreno que lo hacía parecer de 50 mil pero no valer un peso.
Ése fue el billete que Mauricio me entregó a pocos metros de la puerta de Carulla y con él esperaba que pagara las cervezas de los 3 para ganarme la mía gratis. ¿Por qué yo? ¿Porque tengo 250 horas de entrenamiento hablando mierda? No, por un motivo políticamente mucho más sólido.
Antes de hacer la comprita consulté con un par de cajeros sexualmente ambiguos si me recibirían el billete, ante las dos apenadas negativas, decidí proceder por las vías de hecho: cogería lo que necesitara, pasaría todo por la caja y solo en ese momento sacaría el billete y aseguraría no tener un peso más. Eso hice. En la caja 7 enfrenté a una gordita bonachona con cara de domingo por la tarde. Tres cervezas, dos chocolatinas, un pan, un Maní Moto y un paquete de cigarrillos. La cajera interrumpió su amable sonrisa al ver el billete café.
–¿No tiene otro billete, señor?
–No tengo un peso más.
–Tengo que pedir autorización para aceptarle ese billete, señor.
–¿Pero cuál es el problema? El billete está bien, sólo un poco bronceadito.
La supervisora se acercó y conté la historia completa de Mauricio y la lluvia y el horno y el rock, y solo omití el detalle del porro humeante y cambié el nombre de Mauricio por el mío. La mujer diminuta que se había acercado a la caja me escuchaba con el ceño fruncido en un gesto impasible de me-importa-un-culo. Sólo entonces decidí usar la defensa Obama.
–¿Cuál es el problema con el billete? ¿Solo porque es un poco más oscuro que los otros? ¿Algún problema con los oscuritos? Yo también soy moreno, ¿no les gusto o qué?
La supervisora cambió el gesto inmóvil por una tensión facial que podría desembocar en un llamado a seguridad o en una carcajada sonora. Seguía apretando la reacción entre sus labios hasta que no pudo contener la risa y nos dejó salir con las cervezas y el cambio en las manos. Entonces cerré mi puño, comencé a sacudirlo contra el cielo soleado después del aguacero y me fui gritando: “¡Ba-rack O-ba-ma, Ba-rack O-ba-ma!”.
Pensé en todo esto y en la libertad y en el sueño americano, mientras el segundo aguacero golpeaba mi cabeza, el bajo se me estrellaba contra los oídos, un pogo exagerado para el sonido de una banda Indie me sacudía de un lado a otro y apretaba entre los labios el porro tostado y untado de los testículos de Mauricio, donde lo había metido para escapar a los cordones de seguridad del parque.

6 comments:

Unknown said...

Angelito, excelente, me encanta!! Extraño tus cuentos!!

Alberto Mario Suárez said...
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Alberto Mario Suárez said...

Nojoda Angel está la verga....aunque creo que la bajada de carga al final - que si te funciona en la parte del pelo salmon de fany en el codo y la paloma muerta que sacaste del bolsillo en la historia de talese- esta vez se te fue muy muy abajo. Las huevas de Mauricio estuvieron de más. Dos líneas menos y quedaba redondo.

johnbetter said...

Pobre Natalia que se nota que en su vida se ha leido un cuento.A duras penas terminé el primero, no pasa de ser una tonta anecdota con la publicitada democracia yanqui como telón de fondo.LOde rocl al parque no puedo decir nada, me aburrió. Mi amiga Mafalda aqui al lado dice que eres aburrido, ella es una chica que sabe de estas cosas. Ya me conoces angelito que no pediste dulceS en la puerta de mi casa. te quiero.

Naila Dabeiba said...

Excelente, el mundo te ofrece todas las herramientas para vivir bien. Incluso el método de la analogia de la vida vale para obtener lo que se quiere.
que viva el color moreno y el rock

Unknown said...

Relato complicadamente entretenido y fulgurante convergencia entre las partes (y no me refiero a las de mauricio) 1 y 2 (casualidad q sean dos las de mauricio tambien).

Hay gente que al porro le echa miel, colgate, chocolate, o telarañas. Pero esencia a webos? nada registardo aun en google.

Decime...¿¿¿ Sentiste un efecto diferente al "normal" que te produce la hierba, con esta pixca de esencia testicular???

Buena Muerte!!!